martes, 17 de marzo de 2015

Todos somos mendigos


(Trungpa sobre el materialismo espiritual. "Todos somos mendigos" es el pulso de querer lo que pensamos no tenemos y pensamos que nos pertenece o nos merecemos o cualquier tontería por el estilo)


En el contexto budista, un santo da fe del hecho de que un simple ser humano, común y corriente y desorientado, tiene la capacidad de despertar, de armarse de valor y despertar gracias a un acontecimiento fortuito de la vida, del tipo que sea. El dolor, los sufrimientos de todo tipo, la aflicción y el caos que forman parte de la vida empiezan a despertarle, a sacudirlo. Conmocionado, se pregunta: ¿Quién soy? ¿Qué soy? ¿Por qué ocurre todo esto? Luego escarba más a fondo y se da cuenta de que hay algo dentro de que está haciendo estas preguntas, algo inteligente, algo que no está totalmente sumido en la confusión...

Hay dos maneras de encarar el problema. La primera consiste en intentar vivir de acuerdo con lo que nos gustaría ser, la segunda en tratar de ser lo que realmente somos.

Esforzarse por vivir de acuerdo a lo que a uno le gustaría ser es como fingir que uno es un ser divino, una persona realizada o cualquier otro modelo de esta índole. Cuando tomamos conciencia de las cosas que andan mal en nosotros, de nuestras debilidades, problemas y neurosis, hay un impulso natural que nos lleva a hacer todo lo contrario, como si la posibilidad de equivocarnos o estar confusos fuera algo inaudito.
Nos decimos: "piensa positivamente, haz como si todo anduviera bien". A pesar de que sabemos que algo anda mal a nivel de las situaciones concretas de la vida diaria, a nivel de lo cotidiano y corriente, no le damos la debida importancia: "olvidémonos de ese 'mal rollo'. Pensemos de otra manera. Finjamos ser buenos".
Esa actitud se conoce en la tradición budista como materialismo espiritual. Es una actitud poco realista... Podríamos considerar como materialismo espiritual cualquier método -budista, hinduista, judío, cristiano- que nos proporcione técnica para asociamos con lo bueno, lo mejor, lo supremamente bueno, o con el bien supremo, lo divino.
Cuando nos ponemos en contacto con lo bueno, nos sentimos felices, fascinados. Pensamos: "¡por fin he encontrado la respuesta!". Esa respuesta nos dice que lo único que debemos hacer es considerar que ya estamos liberados. Luego, cuando empezamos a pensar que ya somos seres libres, nos basta con dejar que la vida siga su curso. Acto seguido añadimos otro elemento para reforzar nuestro materialismo espiritual: vinculamos todo lo que desconocemos o no entendemos en nuestra búsqueda espiritual con citas de diferentes libros sagrados que aluden a lo que está más allá del pensamiento y más allá del verbo, a lo inefable, al Ser Inefable y quién sabe a cuántas cosas más. Relacionamos nuestra incapacidad de comprender lo que nos sucede con esas cosas indecibles e inexpresables. De esa manera, nuestra ignorancia se transforma en el descubrimiento más grandioso. Y a ese "gran descubrimiento" lo hacemos coincidir con alguna hipótesis doctrinal, tal como la existencia de un redentor o alguna otra interpretación de los textos sagrados.
Antes no sabíamos absolutamente nada, pero ahora "sabemos algo" que en realidad no sabemos. Ahora sí hay algo delante de nosotros. No somos capaces de describirlo con palabras, conceptos e ideas, pero hemos aprendido que, para empezar, podemos deformarnos hasta transformarnos en algo bueno. Así que por lo menos hemos encontrado un punto de partida que consiste en tomar nuestra confusión y, de manera directa y consciente, transformarla en un estado libre de confusión. Lo que nos lleva a actuar así es precisamente nuestra búsqueda de placer, de placer espiritual. Al hacerlo afirmamos que la naturaleza del placer que buscamos está más allá del conocimiento, porque en realidad no tenemos la menor idea de la clase de placer espiritual que conseguiremos con esta maniobra. Y todas las interpretaciones espirituales de las escrituras que se refieren a lo que está más allá del conocimiento las aplicamos al hecho de que no sabemos qué estamos haciendo en el plano espiritual. Sin embargo, nuestra convicción espiritual es ahora certeza, puesto que hemos logrado suprimir las dudas originales con respecto a quién y qué somos, la sensación de que quizá no seamos nada. Hemos borrado todo eso y es posible que ya ni siquiera lo recordemos.
Al suprimir ese desconcierto del ego que nos condujo a lo desconocido -un desconocido cuya naturaleza no entendemos-, nos encontramos ante dos tipos de juegos que nacen de la confusión el juego de lo desconocido y el de lo desconocido trascendente. Ambos forman parte del materialismo espiritual. 
No sabemos qué somos, ni tampoco quiénes somos, pero  sabemos que nos gustaría ser algo o alguien. Decidimos seguir tratando de ser lo que nos gustaría ser, a pesar de que no sabemos qué es. Ése es el primer juego. Luego, para remate, junto con querer ser algo, también quisiéramos aseguramos de que existe algo en el universo o el cosmos que corresponde a ese "algo" que somos. Tenemos la sensación de descubrir ese algo que quisiéramos conocer, pero en realidad no logramos entenderlo, y es así como se transforma en lo desconocido trascendente. Como no lo entendemos, nos decimos: transformemos esa confusión mayor, esa confusión gigantesca, en la espiritualidad de la infinitud divina, o algo por el estilo.
Esto nos debería dar una cierta imagen de lo que es el materialismo espiritual. 

El peligro del materialismo espiritual es que cuando caemos bajo su influencia formulamos todo tipo de hipótesis. En primer lugar están las hipótesis de orden personal y casero, que formulamos porque queremos ser felices. En segundo lugar, las hipótesis espirituales, que surgen cuando permitimos que ese gran descubrimiento, ese descubrimiento gigantesco y trascendente, siga siendo un misterio. Eso trae consigo nuevas hipótesis de mayor envergadura aún no sabemos qué lograremos verdaderamente al alcanzar esa cosa desconocida, pero de todos modos la describimos en términos vagos, por ejemplo, "absorción en el cosmos". Y como nadie jamás ha podido llegar tan lejos, si alguien pusiera en duda nuestro descubrimiento de la "absorción en el cosmos" inventaríamos nuevas explicaciones lógicas o buscaríamos respaldo en los escritos religiosos y otros textos...


martes, 17 de febrero de 2015

Chuang Tzu (ufff!!)

A los antiguos hombres verdad no les contrariaba la escasez, no se enorgullecían con los éxitos.
No reclutaban adeptos.
Sus faltas no les avergonzaban, ni los aciertos les engreían.
De esta manera, encaramados en la alturas, no temblaban; sumergidos en el agua, no se mojaban; metidos en el fuego, no se calentaban. Así, con su sabiduría podían remontarse a las alturas del Tao.
Los antiguos hombres verdad, durmiendo no soñaban, despiertos nada les apenaba.
Su comida no era exquisita.
Su respiración era profunda. La respiración de los hombres verdad llegaba hasta sus talones. La respiración del vulgo sólo es de garganta, y cuando han sufrido alguna injusticia se les atraganta y no le salen las palabras.
 Sus caprichos y sus apetitos son hondos. en cambio su mecanismo celeste es muy superficial.
Los hombres verdad de la antigüedad no sabían amar la vida ni sabían aborrecer la muerte.
Salían a la vida sin alborozo y entraban en la muerte sin resistencia.
Indiferentes para marchar estaban indiferentes para volver. Esto y no más.
No olvidaban su origen y no buscaban su fin.
Se alegraban cuando recibían y cuando lo perdían volvían a su ser primitivo.
Es decir, que aquel es hombre de verdad que no estorba o daña al Tao con los deseos de su corazón, ni se pone a ayudar a la obra del cielo con humanas contribuciones.
Así su voluntad es firme, y su continente tranquilo, su frente serena y natural.
En su frialdad se parece al otoño y en su ardor a la primavera.
Sus alegrías, como sus iras, se difunden por las cuatro estaciones ajustándose siempre a las cosas o sucesos.
Eran insondables...
Prodigan sus beneficios y cubren de favores a todas las generaciones sin ser movidos por el amor.
Así quien gusta de comunicarse con las cosas no es un santo. Pues quien está aficionado carece de bondad. Quien anda mirando los tiempos del cielo no es un sabio. Quien no equipara los bienes y los males no es un virtuoso.

Quien por ganar renombre se pierde a sí mismo no es hombre noble.

Quien ha perdido su autenticidad no es apto para mandar.

Chuang-tzu

martes, 6 de enero de 2015

FELIZ 2015

Padmasambava es uno de los grandes maestros budistas de todos los tiempos. Pertenece a la tradición tibetana de la que es uno de los fundadores (si es que esto se pueda llamar así), es considerado el segundo buda y se le conoce como Gurú Rinpoché.
Y hay una historia (leyenda) que me parece bonita compartir como propósito personal para este año y, de paso, el resto de la vida.
Está sacada del libro Loca Sabiduría de Chogyan Trungpa.


Un día Padmasambava fue de visita a un convento donde vivía la princesa Mandarava. Allí convirtió a todas las monjas que se hicieron sus discípulas. Muy pronto llegó a oídos del rey lo que le generó una gran turbación. Mandó capturar a Padmasambhava y lo condenó a morir en la hoguera, mientras que a la princesa la arrojaron a una fosa.
La pira ardió muchas semanas y, extrañado por el suceso, el rey fue a ver qué pasaba y se encontró con un lago en cuyo centro estaba Padmasambhava sentado en un loto.
Durante esa época, la relación de Padmasambhava con la realidad se caracterizó por el rigor, pero estaba dispuesto a permitir a los demás que cometieran errores en el camino espiritual.
Le parecía necesario que las cosas, simplemente, sucedieran.
Era importante dejarle espacio al rey para que tomara conciencia por sí solo de su neurosis, de su actitud general y de su manera de pensar.
Esta es una indicación muy importante de la forma en que Padmasambhava se relacionaba con la mente personal: primero dejaba que se manifestara la confusión y luego dejaba que se corrigiera sola.
Es su manera de enfrentarse a las amenazas y acusaciones de que fue objeto, en vez de considerarlas o intentar revatirlas, las convierte en ornamentos de su actuar.
Esta es la capacidad de usar los obstáculos para encarar las situaciones de la vida.
Dejemos que jueguen los fenómenos.
El simple hecho de decir algo no basta, amén de lo difícil que es encontrar las palabras justas.
No sirve. No es posible embaucar al mundo de los fenómenos con palabras recurriendo a la lógica, a una lógica intrascendente.
Sólo es posible relacionarse con el mundo de los fenómenos en función de lo que ocurre en él, en función de la propia situación.
El método consiste en dejar que los fenómenos jueguen hasta que se agoten en lugar de intentar demostrar algo o dar explicaciones.
Padmasambhava se plantea que si la felicidad es algo que tiene que llegar que llegue por sí misma y mientras, si es necesario, que me quemen en la hoguera.
Reconocer los propios errores es difícil, pero reconocer los ajenos parece imposible.
Casi siempre olvidamos que el dolor es el camino.
A nadie le gusta que le echen la culpa de algo que no ha hecho, pero supongamos que decidimos asumirlo ¿qué sucedería?
Sería interesante averiguarlo.


Hasta aquí el (resumen editado del) texto…

Pues que este año sea el año del valor, de la energía, de aceptar que todo, absolutamente todo, lo que nos está pasando es parte de nuestra historia, aunque la lógica (o la defensividad) nos lleve a poner las cosas que no nos gustan fuera (en el otro).
Quédate con todo porque en el fondo más profundo de tu corazón no eres nadie y ahí hay sitio para todo lo que ocurre, para todas las existencias, ángeles y demonios.
Feliz año.